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La movilidad sostenible redefine el diseño urbano: menos emisiones, más bienestar. El caso SOLANA en Madrid integra zonas verdes, corredores peatonales y ciclistas.
El diseño urbano atraviesa una etapa en la que la movilidad sostenible ya no se mide únicamente en términos de eficiencia energética o reducción de emisiones. Cada vez cobra más importancia su impacto en la salud y en la calidad de vida de los ciudadanos.
Las ciudades deben transformar sus espacios tradicionales en entornos que reduzcan el estrés y prioricen el bienestar, mediante zonas peatonales, carriles bici y conexiones con espacios verdes que promuevan desplazamientos activos.
El concepto de “ciudades ansiosas”, planteado en el World Economic Forum, describe urbes con exceso de ruido, transporte saturado y escasa infraestructura verde. Un estudio en Alemania apunta que la exposición a entornos naturales durante la infancia y adolescencia reduce el riesgo de estrés y enfermedades mentales en la edad adulta. Los desplazamientos largos y complejos, además, no solo dificultan la logística diaria, también afectan al bienestar emocional y social.
El informe “Mapping the World’s Prices 2025” sitúa a Copenhague y Ámsterdam entre las ciudades con mayor calidad de vida, destacando su transporte urbano. La posibilidad de desplazarse de forma fluida, segura y saludable influye directamente en niveles de estrés, oportunidades de interacción social y percepción de control sobre el entorno.
En España, la Ley de Movilidad Sostenible, aprobada en febrero de 2025, establece un marco normativo para promover nuevas soluciones de transporte. La norma regula servicios como el transporte a demanda, los vehículos compartidos y el uso temporal de automóviles, impulsa la apertura de datos de movilidad y obliga a los ayuntamientos a diseñar planes que reduzcan desplazamientos largos y faciliten infraestructuras para bicicletas, patinetes y otros medios no motorizados.
Un ejemplo de aplicación de estos principios es Solana, proyecto urbano situado entre Valdebebas y La Moraleja, en Madrid. Su diseño se articula en torno a una red ecológica continua que aprovecha elementos preexistentes como vaguadas, laderas, antiguos caminos y cursos de agua.
Este modelo urbano plantea un cambio de paradigma: de la ciudad concebida como superficie intensiva en recursos hacia un ecosistema vivo, resiliente y conectado con su entorno, donde movilidad, naturaleza y servicios urbanos se integran para mejorar la salud y el bienestar ciudadano.